martes, 23 de junio de 2009

La escuela

Por Salvador Novo

A horas exactas
nos levantan, nos peinan, nos mandan a la escuela.

Vienen los muchachos de todas partes,
gritan y se atropellan en el patio
y luego suena una campana
y desfilamos, callados, hacia los salones.
Cada dos tienen un lugar
y con lápices de todos tamaños
escribimos lo que nos dicta el profesor
o pasamos al pizarrón.

El profesor no me quiere;
ve con malos ojos mi ropa fina
y que tengo todos los libros.

No sabe que se los daría todos a los muchachos
por jugar con ellos, sin este
pudor extraño que me hace sentir tan inferior
cuando a la hora del recreo les huyo,
cuando corro, al salir de la escuela,
hacia mi casa, hacia mi madre.

De Espejo

jueves, 4 de septiembre de 2008

Cómo el lenguaje se desarrolla en el cerebro de un bebé

Pilar Ferreyra - Especial para Los Andes

Saber si nacemos con las habilidades para aprender un lenguaje o las adquirimos durante nuestro crecimiento había sido un misterio para la ciencia. Esa incógnita recorrió una nueva investigación dirigida por uno de los pioneros en los procesos de adquisición del lenguaje en recién nacidos, el doctor en psicología Jacques Mehler.

La primera respuesta que encontraron es que los bebés nacen preparados para reconocer ciertos parámetros de repetición: en la medida en que crezcan escuchando ciertas palabras cuyas últimas dos sílabas sean repetidas (como mamá y papá), se les activa la misma zona del cerebro que a los adultos cuando aprenden una nueva lengua.

Los científicos ya habían estudiado cómo los niños más grandes y los adultos aprenden estructuras gramaticales. La novedad de este trabajo es que estudiaron la capacidad innata que tienen los bebés para descifrar patrones estructurales del lenguaje.

Mehler y su equipo descubrieron que los bebés, desde los primeros días de vida, son capaces de percibir configuraciones de palabras que les facilitarán el desarrollo posterior del lenguaje.

Para llegar a esa conclusión, el equipo de científicos (que Mehler dirigió desde el Laboratorio del Lenguaje de la Escuela de Estudios Avanzados de Trieste, en Italia), usó imágenes de resonancia magnética para investigar la habilidad que los neonatos tienen para aprender la estructura del lenguaje sobre la base de repeticiones de sílabas.

En el primer experimento, 22 bebés de dos o tres días escucharon una secuencia de palabras inventadas compuestas por sílabas repetidas (como “namama”, “napapa”, “mopanpan”). En el segundo, la secuencia fue intercalada por otra conformada por sílabas distintas (como “napamo” o “mopama”).

“Encontramos una mayor respuesta en las áreas del lóbulo frontal izquierdo y temporal del cerebro ante las secuencias de palabras con sílabas repetidas. Esto indica que el cerebro del neonato distingue entre ambos modelos”, enfatizan Mehler y la doctora en neurociencia Judit Gervain, autores del artículo publicado en la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

Mehler es español, pero terminó la carrera como químico en la Universidad de Buenos Aires. “El cerebro del neonato detecta la estructura del habla”, afirmaron. Esto explicaría por qué “papá” y “mamá”, están entre las primeras palabras que los bebés aprenden. Según Gervain, hasta ahora se sabía que los bebés de días podían reconocer los sonidos del lenguaje. De modo que el aporte de esta reciente investigación se centra en “dos hallazgos.

Uno es que los bebés están preparados para aprender la estructura del lenguaje. El otro es que en el cerebro de los recién nacidos se activan las mismas áreas que se activan en los adultos cuando están aprendieron una lengua ”, detalló.

Los autores del trabajo concluyeron: “Nuestros hallazgos implican que el rol del sistema perceptivo en la adquisición de las regularidades de la estructura del habla podría ser mucho más importante de lo que hasta ahora se creía”.

http://www.elcastellano.org/noticia.php?id=723

lunes, 1 de septiembre de 2008

Nuestro Conocimiento del Lenguaje Humano: Perspectivas Actuales

por Noam Chomsky

El estudio del lenguaje es una de las ramas de investigación más antiguas, que se remonta a
la India y Grecia clásicas, con una historia de logros extraordinariamente rica y productiva. Desde otro punto de vista, sin embargo, es una disciplina bastante nueva. En efecto, las principales líneas de investigación vigentes hoy en día adquirieron forma sólo unos 40 años atrás cuando algunas de las ideas seminales de la antigua tradición fueron revividas y reconstruídas, abriendo paso a una línea de investigación que ha demostrado ser altamente fructífera.

El hecho de que el leguaje haya ejercido tanta fascinación a través de los años, no es sorprendente. La facultad humana del lenguaje parece ser una verdadera “propiedad de la especie,”con escasa variación entre los seres humanos y sin que exista nada análogo en otros seres biológicos. Probablemente los sistemas más similares a ella los encontremos entre los insectos, a un billón de años en distancia evolutiva. Hoy en día, no hay ninguna razón para cuestionar el supuesto cartesiano de que la habilidad para usar signos que expresan pensamientos libremente formados marca “la auténtica distinción entre hombre y animal” o máquina, ya sea que entendamos por “máquina” a los autómatas que capturaron la imaginación de los siglos XVII o XVIII, o a aquéllas que hoy proveen estímulo al pensamiento y la imaginación.

Incluso más, la facultad del lenguaje entra crucialmente en cada aspecto de la vida humana, pensamiento e interacción. Ella es definitivamente responsable del hecho que sólo los seres humanos, en todo el mundo biológico, tengamos historia, desarrollo cultural y una diversidad
extraordinariamente compleja y rica, e incluso éxito biológico en el sentido técnico. Un científico
marciano que nos observara, no podría dejar de notar esta forma de organización intelectual tan
única. Por tanto, es perfectamente natural que el lenguaje, con todos sus misterios, haya estimulado la curiosidad de aquellos que tratan de entender su propia naturaleza y el lugar que ocupan en el mundo.

El lenguaje humano tiene sus bases en una propiedad que parece estar biológicamente aislada: la propiedad de la infinitud discreta, que se manifiesta en su forma más pura en los números naturales 1, 2, 3, ... etc. Los niños no aprenden esta propiedad. A no ser que la mente ya posea los principios básicos de ella, no hay ninguna evidencia empírica que pueda proveerlos. De manera similar, ningún niño tiene que aprender que hay oraciones de tres y cuatro palabras, pero no de cuatro palabras y media, y que las oraciones pueden extenderse “ad infinitum” puesto que es siempreposible construirlas de modo más complejo y siempre con formas y significados muy precisos. Para usar una frase de David Hume, este conocimiento no puede más que provenir de “la mano original de la naturaleza,” como parte de nuestra herencia biológica.

Esta propiedad intrigó a Galileo, quien consideró que el descubrimiento de comunicar “nuestros pensamientos más secretos a otra persona, usando 24 pequeños signos” era la más importante de todas las invenciones humanas. Esta invención tuvo éxito porque ella refleja la infinitud discreta del lenguaje que tales signos representan cuando los usamos. Poco más tarde, los autores de la Gramática de Port Royal no dejaron de sorprenderse ante la “invención maravillosa” de que se pueda construir con un par de docenas de sonidos una infinitud de expresiones que nos permiten revelar a otros lo que pensamos, imaginamos y sentimos. Desde un punto de vista contemporáneo, esto ciertamente no es una “invención,” pero no por ello menos “maravilloso” como resultado de la evolución biológica, sobre la cual en este caso no se sabe nada.

La facultad del lenguaje puede ser considerada razonablemente “el órgano del lenguaje,” en el mismo sentido en que los científicos hablan del sistema de la visión, el sistema inmunológico o el sistema circulatorio, como órganos del cuerpo. Entendido así, un órgano no es algo que se pueda
extraer dejando el resto del cuerpo intacto. Un órgano es un sub-sistema de una estructura más
compleja. Lo que esperamos es entender toda su complejidad a partir del estudio de las partes que tienen ciertas características distintivas y su forma de interactuar. El estudio de la facultad del lenguaje procede de la misma manera.

Damos por supuesto también que el órgano del lenguaje es como otros órganos en cuanto a que su naturaleza está genéticamente determinada. Averiguar cómo ocurre tal determinación, es un proyecto de investigación muy distante, pero sí podemos investigar el “estado inicial,” genéticamente determinado, de la facultad del lenguaje. Evidentemente, cada lengua es el resultado de la interacción de dos factores: el estado inicial y el curso de la experiencia. Podemos imaginar el estado inicial como un “mecanismo de adquisición de lenguas” que procesa la experiencia como “input” y genera lengua como “output,” un “output” que está internamente representado en la mente/cerebro.Tanto el “input” como el “output” pueden ser investigados. Así, podemos estudiar el curso de la experiencia y las propiedades de las lenguas que se ha adquirido. Esto puede decirnos mucho sobre elestado inicial que interviene entre ambos. Además, hay razones muy poderosas para creer que elestado inicial es común a toda la especie: Si mis hijos hubieran crecido en Tokyo, hablarían japonés,como otros niños allí. Esto significa que la evidencia del japonés tiene relevancia directa respecto a los supuestos teóricos que formulemos en cuanto al estado inicial para el inglés. De esta manera, es posible establecer fuertes condiciones empíricas que deben ser satisfechas por la teoría del estado inicial, además de ofrecer una multitud de problemas para la biología del lenguaje: ¿Cómo es que los genes determinan el estado inicial y cuáles son los mecanismos cerebrales que participan en ese estado y los estados posteriores que se dan por supuestos? Estos son problemas extremadamente difíciles, incluso en el caso de sistemas mucho más simples en los cuales la experimentación es posible, pero algunos pueden comenzar a visualizarse en el horizonte de la investigación.

Para poder continuar, es necesario clarificar la noción de “lenguaje.” Ha habido mucha
controversia, muy apasionada, sobre este asunto, generalmente en relación a cómo debería
estudiarse el lenguaje. Sin embargo, la controversia no tiene sentido porque no hay ninguna
respuesta que sea correcta. Si estamos interesados en saber cómo se comunican las abejas, podemos tratar de aprender algo sobre la naturaleza interna de las abejas, sus relaciones sociales y su habitat físico. Estos enfoques no están en conflicto pues se apoyan recíprocamente. Lo mismo ocurre en el caso del estudio del lenguaje humano: puede ser investigado desde el punto de vista de la biología y muchos otros: la sociolingüística, lenguaje y cultura, desarrollo histórico, etc. Cada enfoque define su objeto de investigación a la luz de lo que interesa y -si es racional- cada uno tratará de aprender lo que pueda de los otros enfoques. Por qué es que estos asuntos han suscitado tanta pasión en el caso del estudio de los seres humanos es tal vez una pregunta interesante, pero la dejaré de lado por ahora.

El enfoque que he estado esquematizando tiene que ver con la facultad del lenguaje: su estado inicial y los estados que asume. Supongamos que el órgano del lenguaje de Pedro está en el estado L. Podemos pensar esto en términos de que L es el “lenguaje internalizado” de Pedro. Así, cuando hablo de lenguaje, eso es lo que quiero decir. Entendido de esta manera, el lenguaje es “cómo hablamos y entendemos,” una concepción tradicional del lenguaje.

Adaptando un término tradicional a un nuevo enfoque teórico, podemos decir que la teoría del lenguaje de Pedro es la “gramática” de su lengua. El lenguaje de Pedro determina una serie
infinita de expresiones, cada una con sus sonidos y significados. En términos técnicos, el lenguaje de Pedro “genera” las expresiones de su lengua. Por tanto, decimos que la teoría de su lenguaje es una gramática generativa. Cada expresión es un conjunto de propiedades, las cuales proveen
“instrucciones” para los sistemas de actuación lingüística de Pedro: el aparato articulatorio, el modo de organizar sus pensamientos, etc. Con el lenguaje y los sistemas asociados de actuación lingüística, Pedro tiene a su disposición un vasto conocimiento sobre las expresiones de sonido-significado y la correspondiente capacidad para interpretar lo que oye, expresar sus pensamientos y usar su lengua en una gran variedad de otros modos.

La gramática generativa surgió en el contexto de lo que a menudo se llama “la revolución cognitivista” de los años 50 y fue un factor importante en el desarollo de ésta. Independientemente de que el término “revolución” sea adecuado o no, hubo un importante cambio de perspectiva: del estudio del comportamiento y sus productos (como los textos, por ejemplo), se pasó al estudio de los mecanismos internos que participan en el pensamiento y la acción. La perspectiva cognitivista no considera el comportamiento y sus productos como objetos de estudio, sino como datos que pueden proveer evidencia respecto a los mecanismos internos de la mente y los modos en que estos mecanismos funcionan al ejecutar acciones e interpretar la experiencia. Las propiedades y paradigmas que fueron el foco de atención en lingüística estructural tienen su lugar, pero como fenómenos que hay que explicar junto con innumerables otros en términos de los mecanismos internos que generan expresiones. El enfoque es “mentalista,” pero en un sentido que no debería ser objeto de ninguna controversia. Es un enfoque que tiene que ver con “los aspectos mentales del mundo,” los cuales tienen el mismo rango que sus aspectos mecánicos, ópticos y otros. Su propósito es estudiar un objeto muy real en el mundo natural -el cerebro, sus estados y sus funciones- y así ir trasladando el estudio de la mente hacia una eventual integración con las ciencias biológicas.

La “revolución cognitivista” renovó y dio nueva forma a muchas de las ideas iluminadoras,
logros y dilemas de lo que bien podemos llamar “la primera revolución cognitivista” de los siglos XVII y XVIII, la cual fue parte de la revolución científica que cambió de manera radical nuestra
comprensión del mundo. En aquel entonces, se reconoció, en una frase de von Humboldt, que el
lenguaje involucra “el uso infinito de medios finitos,” pero esta aguda afirmación no pudo ser
desarrollada más que de manera muy limitada porque las ideas básicas permanecieron vagas y
oscuras. Hacia mediados del siglo XX, los avances de las ciencias formales habían provisto conceptos adecuados en forma precisa y clara, haciendo posible dar cuenta de los principios computacionales que generan las expresiones de una lengua y así capturar, por lo menos parcialmente, la idea del “uso infinito de medios finitos.” Otros avances también abrieron las puertas a la investigación de algunas cuestiones tradicionales con mayores esperanzas de éxito. El estudio del cambio lingüísticohabía obtenido grandes logros. La lingüística antropológica proveyó un mejor entendimiento de lanaturaleza y la variedad lingüística, desplazando estereotipos. Y ciertos tópicos, notablemente el estudio de los sistemas fonológicos, habían logrado un alto desarrollo en el marco de la lingüísticaestructural del siglo XX.

Los intentos iniciales de implementación del programa de gramática generativa pronto
revelaron que incluso en el caso de las lenguas mejor estudiadas del mundo, muchas propiedades
básicas habían pasado inadvertidas y que las gramáticas tradicionales y los diccionarios más
completos apenas daban cuenta de asuntos relativamente superficiales. Las propiedades básicas del lenguaje eran dadas por supuestas, no eran reconocidas o identificadas y permanecían inexplícitas. Esto es perfectamente apropiado si el objetivo es tratar de enseñar una segunda lengua, encontrar el significado y la pronunciación convencional de las palabras o dar una idea general de cómo difieren las lenguas. Sin embargo, si nuestra meta es entender la facultad del lenguaje y los estados que puede asumir, no podemos suponer tácitamente “la inteligencia del lector.” Por el contratrio, ésta es el objeto de investigación.

El estudio de la adquisición del lenguaje nos lleva a la misma conclusión. Un examen
cuidadoso de la interpretación de expresiones revela rápidamente que desde las etapas más
tempranas, el niño sabe mucho más de lo que le ha otorgado la experiencia. Esto es ciero incluso en el caso de simples palabras. En los períodos óptimos del crecimiento lingüístico, el niño adquiere vocabulario al promedio de una palabra por hora a pesar de que su experiencia es extremadamente limitada, bajo condiciones altamente ambiguas. Las palabras son entendidas de forma muy delicada y compleja, más allá del alcance de cualquier diccionario. Esto sólo comienza a investigarse. Cuando observamos más que palabras, la conclusión es incluso más dramática. La adquisición del lenguaje se parece más al crecimiento y desarrollo de un órgano; es algo que le acontece al niño, no algo que el niño hace. Aunque el medio ambiente juega un papel, el curso general del desarrollo y los rasgos básicos de lo que emerge están predeterminados por el estado inicial. Pero el estado inicial es común a los seres humanos. Entonces, debe ser necesariamente el caso que en sus propiedades esenciales e incluso en cuestiones de detalles más finos, las lenguas están formadas en el mismo molde. El científico del planeta Marte puede concluir con toda razón que hay sólo una lengua humana, con diferencias sólo marginales.

Para nuestras vidas, las pequeñas diferencias son las que cuentan, no las avasalladoras
similitudes, las que inconscientemente damos por sentadas. Pero si queremos entender qué tipo de criaturas somos, tenemos que adoptar un punto de vista muy diferente, básicamente el del marciano que se dedica a estudiar humanos. De hecho, éste es el punto de vista que adoptamos cuando estudiamos otros organismos o incluso a los seres humanos mismos, sus aspectos mentales aparte; todo lo que está por debajo de “la cabeza,” metafóricamente hablando. Sin embargo, no hay ninguna razón por la cual no debamos estudiar “la cabeza” de la misma manera.

A medida que las lenguas fueron siendo mejor investigadas desde el punto de vista de la
gramática generativa, fue quedando en claro que su diversidad había sido subestimada tan
radicalmente como su complejidad, de la misma manera que se subestimó el punto hasta el cual las lenguas están determinadas por el estado inicial de la facultad del lenguaje. Por otra parte, sabemos que su diversidad y complejidad no pueden ser más que apariencias superficiales.

Estas fueron conclusiones sorprendentes, paradójicas pero irrebatibles. Ellas dejan al desnudo
lo que ha llegado a ser el problema central del estudio del lenguaje: ¿Cómo podemos mostrar que las lenguas son sólo variaciones de un mismo tema, al mismo tiempo que damos cuenta de sus
propiedades altamente complejas de sonidos y significados superficialmente distintos? Una auténtica teoría del lenguaje humano tiene que satisfacer dos condiciones: “adecuación descriptiva” y “adecuación explicativa.” La gramática de una lengua particular satisface el requisito de la adecuación descriptiva en la medida en que da cuenta completa y exacta de las propiedades de la lengua, de lo que el hablante de la lengua sabe tácitamente. Para satisfacer el requisito de la adecuación explicativa, una teoría del lenguaje debe mostrar que cada lengua particular puede ser derivada de un estado inicial uniforme bajo las “condiciones límites” impuestas por la experiencia. De esta forma, la teoría provée una explicación de las propiedades de las lenguas a un nivel más profundo.

Existe una fuerte tensión entre estos dos requisitos. La adecuación descriptiva parece conducir
a una gran complejidad y variedad de sistemas de reglas, mientras que la adecuación explicativa
requiere que las estructuras lingüísticas sean invariables, excepto marginalmente. Esta es la tensión que ha establecido las líneas directrices de la investigación. Una manera natural de resolver esta tensión es cuestionar la idea tradicional, de la cual también participaron las primeras versiones de gramática generativa, de que las lenguas son sistemas de reglas altamente complejos, cada uno específico a lenguas particulares, con construcciones gramaticales específicas: reglas para formar cláusulas relativas en hindú, sintagmas verbales en bantú, oraciones pasivas en japonés, etc. Las consideraciones de adecuación explicativa indican que esto no puede ser correcto.

El problema central fue descubrir algunas propiedades generales de los sistemas de reglas
que pudieran ser atribuídos a la facultad del lenguaje misma, con la esperanza de que el resíduo
sería más simple y uniforme. Aproximadamente 15 años atrás, estos esfuerzos se cristalizaron en un enfoque lingüístico que se distanció de la tradición aun mucho más que las versiones iniciales de la gramática generativa. Este enfoque de “Principios y Parámetros” como se lo ha llamado, rechazó el concepto de regla y construcción gramatical: en él no hay reglas para formar cláusulas relativas en hindú, sintagmas verbales en bantú, oraciones pasivas en japonés, etc. Las construcciones gramaticales pasan a ser artefactos taxonómicos, tal vez apropiados para descripciones informales, pero sin estatus teórico. Tienen el estatus de algo así como “mamífero terrestre” o “mascota casera.” Lo que llamamos reglas, son el resultado de la aplicación de principios generales de la facultad del lenguaje, los cuales interactúan para producir las propiedades que exhiben las expresiones. Podemos imaginar el estado inicial de la facultad del lenguaje como una red fija de circuitos conectada a un tablero de interruptores. La red son los principios del lenguaje, mientras que los interruptores son los parámetros; es decir, las opciones que son determinadas por la experiencia. Cuando los interruptores están de un modo, tenemos bantú; cuando están de otro modo, tenemos japonés. A cada lengua humana se la identifica como un modo de fijar los interruptores, un modo de fijar los parámetros, técnicamente hablando. Si el programa de investigación resulta tener éxito, deberíamos ser capaces de deducir -literalmente- el bantú de una organización paramétrica, el japonés de otra y así, cada una de las lenguas que los seres humanos podemos adquirir. Las condiciones empíricas bajo las cuales ocurre la adquisición del lenguaje requiere que los parámetros puedan ser fijados sobre la base de la información altamente limitada que está a disposición del niño. Pequeños cambios en la fijación de los parámetros pueden dar lugar a una aparente gran variedad del “outputs” en la medida que los efectos proliferan a través del sistema. Estas son las propiedades generales del lenguaje que
cualquier teoría auténticamente genuina debe captar de alguna manera.

Por supuesto, todo esto es programático y no un producto acabado. Es muy improbable que
las conclusiones tentativas a las cuales se ha llegado, perduren en su forma actual. Demás está decir que no hay ninguna certeza de que todo el enfoque sea correcto. Sin embargo, como programa de investigación, éste ha sido altamente exitoso y ha conducido a una verdadera explosión de investigaciones empíricas en lenguas que caen dentro de un vasto espectro tipológico, a preguntas que nunca podrían haber sido formuladas antes y a muchas respuestas altamente intrigantes. Las cuestiones de adquisición, procesamiento, patología y otras, también han tomado nuevas formas, todo lo cual a sido muy productivo. En todo caso, cualquira que sea su destino final, el programa sugiere cómo la teoría del lenguaje puede satisfacer las condiciones de adecuación descriptiva y adecuación explicativa. Por lo menos nos da, por primera vez, un esquema de una genuina teoría del lenguaje.

Dentro de este programa de investigación, la tarea principal es descubrir y clarificar los
principios y parámetros y la forma en que interactúan, además de extender el enfoque a otros
aspectos del lenguaje y su uso. Aunque hay mucho que permanece en la oscuridad, ha habido
suficiente progreso para al menos considerar, y tal vez iniciar, la investigación de otras cuestiones de consecuencias más vastas en cuanto al diseño del lenguaje. En especial, nos podemos preguntar cuán perfecto es tal diseño. ¿Cuánto se acerca el lenguaje a lo que un super ingeniero construiría, dadas las condiciones que debe satisfacer la facultad del lenguaje?

Estas preguntas hay que afinarlas y hay distintos modos de hacer eso. La facultad del lenguaje
está dentro de la arquitectura más amplia de la mente/cerebro. Ella interactúa con otros sistemas, los que imponen condiciones que el lenguaje debe satisfacer si es que éste va a poder ser usado del todo. Podemos decir que estas condiciones son “condiciones de legibilidad,” en el sentido de que otros sistemas puedan “leer” las expresiones del lenguaje y utilizarlas como instrucciones para el pensamiento y la acción. Los sistemas senso-motores, por ejemplo, tienen que ser capaces de leer las instrucciones que tienen que ver con los sonidos, las “representaciones fonéticas” generadas por el lenguaje. Los aparatos articulatorio y perceptual tienen un diseño específico que les permite interpretar ciertas propiedades fonéticas, no otras. Estos sistemas, por tanto, imponen condiciones de legibilidad sobre los procesos generativos de la facultad del lenguaje, los cuales deben proveer expresiones con la forma fonética apropiada. Lo mismo vale para el sistema conceptual y otros sistemas que hacen uso de los recursos de la facultad del lenguaje: ellos tienen sus propiedades intrínsicas, las cuales requieren que las expresiones generadas por el lenguaje tengan ciertos tipos de “representaciones semánticas,” no otras. Por tanto, nos podemos preguntar hasta qué punto el lenguaje es una “buena solución” para las condiciones de legibilidad impuestas por los sistemas externos a ella y con los cuales interactúa. Hasta hace poco, esta pregunta no podía ser seriamente formulada, ni siquiera de manera que tuviera sentido. Ahora, parece que sí puede ser formulada e incluso hay algunas indicaciones de que la facultad del lenguaje está muy cerca de ser “perfecta,” una conclusión sorprendente si es es que es acertada.

Lo que se ha dado en llamar “el programa minimalista” es un esfuerzo destinado a explorar
estas cuestiones. Es demasiado pronto para emitir un juicio firme sobre el proyecto. Mi propio juicio es que las cuestiones pueden ser colocadas ahora en la agenda de investigación y que los resultados iniciales son promisorios. Me gustaría decir unas pocas palabras sobre las ideas y perspectivas para después volver a discutir algunos problemas que se visualizan en el horizonte.

El programa minimalista requiere que examinemos los supuestos generalmente aceptados, en
forma muy cuidadosa. El más venerable de estos supuestos es que el lenguaje tiene sonidos y
significados. En términos actuales, esto se traduce de manera natural en la tesis de que la facultad del lenguaje involucra a otros sistemas de la mente/cerebro en dos “niveles de interface,” uno que se relaciona con sonidos y el otro, con significados. Una expresión generada por el lenguaje contiene una representación fonética que es legible para el sistema senso-motor y una representación semántica que es legible para el sistema conceptual y otros sistemas de pensamiento y acción.

Si todo esto es correcto, la próxima pregunta es ¿Dónde está localizada la interface? En
cuanto a los sonidos, es necesario determinar hasta qué punto, si es que alguno, el sistema sensomotor es específico al lenguaje y, por tanto, parte de la facultad del lenguaje. Hay mucho desacuerdo en cuanto a esto. En cuanto al sistema conceptual, las preguntas se refieren a las relaciones entre la facultad del lenguaje y otros sistemas cognitivos, las relaciones entre lenguaje y pensamiento. En cuanto a los sonidos, el tema ha sido estudiado intensamente usando tecnología altamente sofisticada por medio siglo, pero los problemas son difíciles y nuestro entendimiento de ellos, muy limitado. En cuanto al significado, la cuestion es mucho mas oscura. Sabemos aun mucho menos sobre los sistemas externos a la facultad del lenguaje. La mayor parte de la evidencia está tan directamente conectada con el lenguaje que es extremadamente difícil determinar cuándo ella es relevante para el lenguaje y cuándo lo es para otros sistemas (en la medida que sean distintos). La investigación directa que es posible respecto al sistema senso-motor está en pañales. Sin embargo, hay una enorme cantidad de datos sobre cómo se usan y entienden las expresiones en determinadas circunstancias.Estos datos son tan abundantes que la semántica de las lenguas naturales es una de las áreas de investigación del lenguaje más dinámicas, lo que nos permite, por lo menos, avanzar algunas hipótesis plausibles sobre la naturaleza del nivel de interface y las condiciones de legibilidad que éste debe satisfacer.

Con algunos supuestos tentativos sobre la interface, podemos proceder a investigar otras
cuestiones. Asi podemos preguntarnos cuánto de lo que atribuímos a la facultad del lenguaje está
realmente motivado por evidencia empírica y cuánto es una especie de tecnología adoptada para
presentar datos de una manera conveniente, encubriendo brechas en nuestra comprensión. No es poco común que muchas explicaciones que se presentan como trabajo técnico resulten casi tan
complejas como lo que se intenta explicar y presuponen ideas que realmente no están bien
fundamentadas. Eso no es problemático en la medida que no nos lleve equivocadamente a pensar
que las descripciones que son útiles e informativas y que pueden servir de trampolín para
investigaciones más avanzadas, son algo más que simples descripciones.

Tales preguntas son siempre apropiadas en principio, pero a menudo no tienen valor práctico.
Pueden ser prematuras porque nuestra comprensión es simplemente muy limitada. Incluso en el caso de las ciencias más firmemente asentadas -de hecho, incluso en las matemáticas-, preguntas de esta naturaleza han sido generalmente dejadas de lado. Sin embargo, son preguntas muy reales y con una conceptualización más plausible del caracter general del lenguaje, tal vez valga la pena explorarlas.

Volvamos al asunto de la optimalidad del diseño del lenguaje: ¿Cuán bueno es el lenguaje
como solución a las condiciones generales impuestas por la arquitectura de la mente/cerebro? Esta pregunta también puede ser prematura, pero contrariamente al problema de la necesidad de distinguir supuestos teóricos bien fundamentados y mera tecnología descriptiva, a lo mejor no tiene respuesta. No hay ninguna razón para suponer que un sistema biológico debería estar bien diseñado en el sentido que señalamos. Sin embargo, en la medida que lo esté, la conclusión es sorprendente y, por tanto, interesante -tal vez otro aspecto curioso en que la facultad del lenguaje es biológicamente única.

A pesar de las reservas iniciales, supongamos que estas dos preguntas son relevantes, tanto
en principio, como desde el punto de vista práctico. Asi podemos proceder a examinar de cerca los principios postulados y determinar si están bien justificados en términos de las condiciones de
legibilidad. Mencionaré unos pocos ejemplos, con el ruego de que se me excuse por anticipado por el uso de la terminología técnica, la cual trataré de minimizar, pero desgraciadamente no tenemos el tiempo necesario para explicarla de manera satisfactoria.

Una pregunta relevante es si hay otros niveles además de los niveles de interface: ¿Hay
niveles “internos” al lenguaje; en particular, existen los niveles de estructura profunda y estructura superficial que han sido postulados en la tradición generativa?1 El programa minimalista intenta demostrar que todo lo que ha sido explicado en términos de esos niveles ha sido descrito equivocadamente y que puede ser entendido de mejor manera en función de condiciones de legibilidad a nivel de la interface. Para aquellos de Uds. que conocen la literatura técnica, me refiero al principio de la proyección, la sub-teoría del ligamiento o ligamen gramatical, la sub-teoría del caso gramatical, la condición sobre cadenas, etc.2

También intentamos demostrar que las únicas operaciones computacionales son aquellas que
son inevitables dados los supuestos teóricos más débiles acerca de las propiedades de los niveles de interface. Uno de estos supuestos es que hay unidades que tienen forma de palabras: los sistemas externos a la facultad del lenguaje tienen que ser capaces de interpretar palabras tales como “Pedro” y “alto.” Otro supuesto es que estas unidades se organizan en expresiones mayores, tales como “Pedro es alto.” Un tercer supuesto es que estas unidades tienen propiedades sonoras y de significado: la palabra “Pedro” comienza juntando los labios y se la usa para referirnos a personas.

Por tanto, el lenguaje involucra tres tipos de elementos: las propiedades sonoras y de significado,
llamadas “rasgos;” las unidades que se ensamblan sobre la base de esas propiedades, llamadas “itemes lexicales;” y las expresiones complejas que se construyen sobre la base de estas unidades “atómicas.” De esto se sigue que el sistema computacional que genera las expresiones tiene dos operaciones básicas: una ensambla los rasgos formando itemes lexicales, mientras que la otra forma entidades sintácticas mayores sobre la base de aquéllas ya formadas, comenzando con los itemes lexicales.

Podemos entender la primera operación escencialmente como una lista de itemes lexicales. En
términos tradicionales, esta lista, llamada lexicón, es la lista de “excepciones,” la lista de asociaciones arbitrarias entre sonidos y significados y, en particular, las opciones inflexionales a nuestra disposición en virtud de la facultad del lenguaje, las cuales determinan cómo indicamos que los sustantivos y verbos son plurales o singulares, que los sustantivos tienen caso nominativo o acusativo, etc. Estos rasgos inflexionales juegan un papel central en la computación.

Un diseño óptimo no debería introducir nuevos rasgos en el curso de la computación. No
debería haber índices o unidades de frase organizadas en niveles (es decir, no debería haber reglas de estructura de frases, como tampoco una sub-teoría como la de X-barra).3 También intentamos mostrar que no hay relaciones estructurales, excepto aquéllas que son impuestas por las condiciones de legibilidad o inducidas de modo natural por la computación misma. En la primera categoría tenemos propiedades tales como la de la adyacencia a nivel fonético y la de estructura-argumental y relaciones de cuantificador a variable, a nivel semántico.4 En la segunda categoría, tenemos relaciones locales entre rasgos y relaciones elementales entre dos objetos sintácticos ensamblados en el curso de la computación: la relación que existe entre uno de estos y las partes del otro es la relación de “c-comando.”5 Como Samuel Epstein ha señalado, esta noción de c-comando es una noción que juega un papel central en todo el diseño del lenguaje y, aunque ha sido considerada como altamente artificial, tiene un lugar muy natural en este enfoque. Sin embargo, excluímos la subteoría de la rección o régimen gramatical6 y la sub-teoría del ligamiento o ligamen gramatical en forma interna a la derivación de las expresiones, como así mismo una variedad de otras relaciones e interacciones.

Como cualquiera que tenga una cierta familiaridad con el trabajo de investigación reciente
sabe, existe vasta evidencia empírica que conduce a la conclusión opuesta. Peor aun, un supuesto
central en el trabajo realizado dentro del marco de la teoría de Principios y Parámetros y sus logrosaltamente impresionantes es que todo lo que he dicho aquí, es falso -que el lenguaje es “imperfecto,” como muy bien cabe esperar. Por tanto, no es tarea pequeña mostrar que todo ese aparato es eliminable como tecnología descriptiva indeseable; o mejor aun, que podemos extender la fuerza descriptiva y explicativa de la teoría si eliminamos el peso de tal carga. Sin embargo, creo que todo el trabajo de los últimos años sugiere que estas conclusiones, que parecían estar completamente fuera de lugar unos pocos años atrás, son por lo menos plausibles y, muy posiblemente, correctas.

Las lenguas de hecho son diferentes, pero queremos saber exactamente de qué manera son
diferentes. Un aspecto en el que difieren es en su elección de sonidos, los que varían dentro de un
cierto rango. Otro aspecto es la asociación escencialmente arbitraria entre sonidos y significados.
Estos dos aspectos son claros y no necesitan entretenernos aquí. Mucho más interesante es el hechode que las lenguas difieren en sus sistemas inflexionales: los sistemas de marcación de caso
gramatical, por ejemplo. Así encontramos que estos son extremadamente ricos en latín, inluso más ricos en sánscrito o finlandés, pero mínimos en inglés e invisibles en chino. O, por lo menos, así parece. Sin embargo, el requisito de adecuación explicativa sugiere que las apariencias pueden ser engañosas y, de hecho, el trabajo más reciente indica que estos sistemas varían mucho menos de lo que superficialmente parece ser el caso. El chino y el inglés, por ejemplo, puede que tengan el mismo sistema de casos que el latín, pero su realización fonética es diferente. Más aun, aparentemente la mayor parte de la variación lingüística puede ser reducida a propiedades del sistema inflexional. Si esto es correcto, entonces la variación lingüística está ubicada en una parte del léxico que es muy reducida.

Las condiciones de legibilidad imponen una división tri-partita entre los rasgos ensamblados
en itemes lexicales:
(1) Rasgos semánticos, que son interpretados a nivel de la interface semántica.
(2) Rasgos fonéticos, que son interpretados a nivel de la interface fonética.
(3) Rasgos que no son interpretados a ningún nivel de interface.

Independientemente, los rasgos se subdividen en “rasgos formales” que son usados por las
operaciones sintácticas y otros que no lo son. Un principio muy natural que restringiría la variación lingüística es el que afirma que sólo las propiedades inflexionales son rasgos formales.

Esto parece ser correcto. Sin embargo es un asunto que no podré discutir aquí.
En una lengua con diseño perfecto, cada rasgo debería ser semántico o fonético y no
meramemente un mecanismo para crear una posición o facilitar la computación. Si es así, entonces no hay rasgos que no sean interpretables. Sin embargo, este requisito parece ser demasiado fuerte.

En efecto, los rasgos prototípicamente formales como los de caso estructural -el nominativo y el
acusativo del latín, por ejemplo-, no tienen ninguna interpretación a nivel de la interface semántica y no necesitarían ser expresados a nivel de la forma fonética. Por tanto, podemos considerar un requisito más débil que se acerque al diseño óptimo: cada rasgo es interpretado a nivel de la interface semántica o es accesible al componente de la gramática que le asigna forma fonética a un objeto sintáctico, el componente fonológico, el que puede usar (y a veces usa) el rasgo en cuestión para determinar la representación fonética. Supongamos que esta condición más débil se sostiene.

En la computación sintáctica parece haber otra imperfección mucho más dramática desde el
punto de vista del diseño lingüístico, por lo menos en forma aparente: la “propiedad de
desplazamiento” -un aspecto lingüístico predominante: ciertas frases reciben interpretación como si estuvieran en una posición distinta dentro de la expresión, en lugares en que ítemes similares a veces aparecen y son interpretados en términos de relaciones locales y naturales. Consideren Uds. la oración “Clinton parece haber sido elegido.” En esta oración entendemos la relación entre “elegir” y “Clinton” de la misma manera que cuando están en una relación local en la oración “Parece que eligieron a Clinton.” “Clinton” es el complemento u objeto directo de “elegir,” en términos tradicionales, aunque ha sido “desplazado” a la posición de sujeto del verbo “parecer.” El sujeto “Clinton” y el verbo “parecer” concuerdan en rasgos inflexionales en este caso, pero no tienen ninguna relación semántica. La relación semántica del sujeto es con el verbo “elegir,” que se encuentra en una posición relativamente remota.

Ahora tenemos dos “imperfecciones,” rasgos formales que no son interpretables y la
propiedad de desplazamiento. Bajo los términos del supuesto del diseño óptimo, esperaríamos que ambas estén relacionadas y de hecho tal parece ser el caso: los rasgos formales no interpretables son el mecanismo que implementa la propiedad de desplazamiento.

La propiedad de desplazamiento no es nunca incorporada en el diseño de sistemas simbólicos
con propósitos especiales, los que también son llamados “lenguas” o “lenguas formales” en el uso
metafórico: “el lenguaje de la aritmética,” o “los lenguajes de la computación” o “los lenguajes de la ciencia.” Estos sistemas tampoco tienen sistemas inflexionales y, por tanto, no incluyen rasgos
formales. Las propiedades de desplazamiento e inflexión son propias del lenguaje humano, entre
muchas otras que se ignora cuando se diseñan sistemas simbólicos para otros propósitos, puesto que tales sistemas pueden ignorar las condiciones de legibilidad impuestas sobre el lenguaje humano por la arquitectura de la mente/ cerebro.

La propiedad de desplazamiento del lenguaje humano se expresa en términos de
transformaciones gramaticales o por medio de algún otro mecanismo, pero siempre se expresa de alguna manera. ¿Por qué es que el lenguaje humano tiene esta propiedad? es una pregunta
interesante que ha sido discutida por casi 40 años, pero sin resolución. Mi sospecha es que la razón para esto tiene que ver en parte con los fenómenos que han sido descritos en términos de la interpretación de las estructuras superficiales, muchos de ellos familiares en gramática tradicional: relaciones de tópico-comentario, información conocida e información nueva [tema y rema, G.F.W.], la fuerza agentiva que encontramos incluso en posiciones desplazadas, etc. Si esto es correcto, entonces la propiedad de desplazamiento es ciertamente forzada por las condiciones de legibilidad; es decir, es motivada por requisitos de interpretación que son impuestos externamente a la facultad del lenguaje por nuestros sistemas de pensamiento, los cuales tienen estas propiedades especiales, tal como parecen indicar los estudios sobre uso lingüístico. Todas estas cuestiones están siendo investigadas enestos momentos de maneras muy interesantes pero que no puedo discutir hoy.

Desde los orígenes de la gramática generativa, se supuso que las operaciones
computacioneles son de dos tipos: reglas de estructura de frase que forman objetos sintácticos
mayores con ítemes lexicales y reglas transformacionales que expresan la propiedad de
desplazamiento. Ambos tipos de reglas tienen raices tradicionales, pero pronto se descubrió que
difieren substancialmente de lo que se había supuesto, con una variedad y complejidad
insospechadas. El programa de investigación entonces intentó mostrar que tal complejidad y variedad eran sólo aparentes y que ambos tipos de reglas podían reducirse a formas más simples. Una solución “perfecta” al problema de la variedad de las reglas de estructura de frase sería eliminarlas completamente en favor de una operación irreducible que toma dos objetos ya formados y los une, formando un objeto más grande con las propiedades del objeto núcleo. A esta operación la llamamos “Merge” [“unir/combinar”]. El trabajo reciente indica que el objetivo puede ser logrado.

El procedimiento computacional óptimo consiste entonces de la operación “Merge’ y las
operaciones que implementan la propiedad de desplazamiento, las operaciones transformacionales o alguna contraparte de ellas. La segunda de las dos tareas paralelas intentó reducir el componente transformacional a su forma más simple, aunque a diferencia de las reglas de estructura de frase, éste parece ineliminable. El resultado final fue la tesis de que para un conjunto central de fenómenos, hay una sola operación “Move” [“mover”] -muévase cualquier cosa a cualquier lugar, sin ninguna propiedad específica a ninguna lengua o ninguna construcción en particular. Cómo aplica “Move,” es determinado por principios generales que interactúan con las elecciones específicas de parámetros, todo lo cual a su vez determina una lengua particular. La operación “Merge” toma dos objetos distintos, X e Y y une Y a X. La operación “Move” toma un único objeto X y un objeto Y que es parte de X y une Y a X. El objeto sintáctico así formado incluye una “cadena” que consiste de dos instancias de Y. La instancia de Y en la posición original la llamamos “huella” o “traza.”

La próxima tarea es mostrar que los rasgos formales no interpretables son el mecanismo que
implementan la propiedad de desplazamiento, de modo que las dos imperfecciones del sistema
computacional puedan ser reducidas a una. Si resulta que la propiedad de desplazamiento es
motivada por las condiciones de legibilidad impuestas por los sistemas del pensamiento, como he
sugerido, entonces las imperfecciones resultan totalmente eliminadas y el diseño del lenguaje es
óptimo, después de todo: los rasgos formales no interpretables son requeridos como un mecanismo para satisfacer la condición de legibilidad impuesta por la arquitectura general de la mente/cerebro.

La forma en que esta unificación ocurre es muy simple, pero para explicarla de forma
coherente necesitaría salirme de los márgenes de estos comentarios. La idea intuitiva y básica es que los rasgos formales no interpretables tienen que ser borrados para satisfacer la condición de interface y para borrar es necesario que exista una relación local entre el rasgo ofensivo y un rasgo que sea homólogo y que lo pueda borrar. Típicamente, estos dos rasgos están distantes el uno del otro por razones que tienen que ver con la forma en que se ejecuta la interpretación semántica. Por ejemplo, en la oración “Clinton parece haber sido elegido,” la interpretación semántica requiere que “elegir” y “Clinton” estén relacionados localmente, como en la frase “elegir a Clinton,” de modo que la construcción pueda ser interpretada con propiedad, como si la oración realmente fuera “Parece haber sido elegido Clinton.”7 El verbo principal de la oración, “parece,” tiene rasgos inflexionales que no son interpretables: el verbo está en tercera persona singular (y masculina), propiedades que no agregan nada independiente al significado de la oración puesto que ellos están expresados en el sintagma nominal con que concuerda y son ineliminables en ella. Estos rasgos ofensivos de “parece” tienen que ser eliminados en una relación local -una versión explícita de la descripción tradicional de la categoría “concordancia.” Para lograr esto, los rasgos homólogos de la frase concordante “Clinton” son atraídos por los rasgos ofensivos del verbo principal “parece” y éstos son borrados. Pero ahora, la frase “Clinton” ha sido desplazada.

Nótese que sólo los rasgos formales de “Clinton” son atraídos y la frase completa se mueve
por razones que tienen que ver con el sistema senso-motor, el cual es incapaz de “pronunciar” u “oir” rasgos aislados y separados de la frase a la cual pertenecen. Sin embargo, si el sistema senso-motor es desactivado por alguna razón, entonces solamente los rasgos se mueven y junto con oraciones como “Un candidato impopular parece haber sido elegido,” con desplazamiento explícito, tenemos oraciones tales como “Parece haber sido elegido un candidato impopular.” Aquí, la frase “un candidato impopular” concuerda con la forma verbal “parece,” lo que significa que sus rasagos han sido atraídos para establecer una relación local con “parecer,” dejando el resto de la frase atrás. La razón es que en este caso, el sistema senso-motor ha sido desactivado. Llamémoslo “movimiento encubierto,” un fenómeno que tiene propiedades muy interesantes. En muchas lenguas, como en español, por ejemplo, existen tales oraciones. El inglés también las tiene, aunque es necesario por otras razones insertar el elemento semánticamente vacuo “there,” lo que da la oración “There seems to have been elected an unpopular candidate,” y también -por razones muy interesantes- para implementar la inversión del orden de las palabras que resulta cuando tenemos “There seems to have been an unpopular candidate elected.” Todas estas propiedades se siguen de fijaciones específicas de parámetros, las que dan lugar a efectos que se manifiestan en las lenguas e interactúan para dar un conjunto complejo de fenómenos, sólo superficialmente distintos. En el caso que hemos estado considerando, todo se reduce al simple hecho de que el rasgo formal no interpretable debe ser borrado en una relación local con un rasgo homólogo, dando lugar a la propiedad de desplazamiento requerida por la interpretación semántica a nivel de interface.

Hay mucho que he dado por supuesto y mucho que queda por verse en esta breve
descripción. Al rellenar lo que falta tendríamos un cuadro muy interesante, con muchas ramificaciones en términos de lenguas tipológicamente distintas, pero continuar nos sacaría definitivamente del marco de estos comentarios.

Me gustaría terminar con algunas breves referencias a otras cuestiones que tienen que ver
con la forma en que el estudio internalista del lenguaje se relaciona con el mundo externo. Para
efectos de simplicidad, restrinjámonos a palabras simples. Supongamos que la palabra “libro” es
parte del léxico de Pedro. La palabra es un conjunto de propiedades fonéticas y semánticas. Los
sistemas senso-motores usan las propiedades fonéticas para la articulación y la percepción,
vinculándolas a eventos externos: movimientos de moléculas, por ejemplo. Otros sistemas de la
mente usan las propiedades semánticas de la palabra cuando Pedro habla sobre el mundo e
interpreta lo que otros dicen sobre ella.

No hay mayor controversia sobre cómo proceder en cuanto a los sonidos, pero respecto al
significado, hay profundos desacuerdos o, por lo menos, así parece; algunos puede que desaparezcan a la luz de un examen más de cerca. Los estudios empíricos parecen enfocar los problemas del significado como si estudiaran los sonidos, como en fonología y fonética. Tratan de descubrir las propiedades semánticas de la palabra “libro”: que es nominal, no verbal; que se la usa para referirse a un artefacto, no a una substancia como el agua o a una abstracción como la salud, etc. Uno puede preguntarse si estas propiedades son parte del significado de la palabra “libro” o del concepto asociado con la palabra. Dado nuestro entendimiento actual, no hay manera de distinguir entre estas propuestas, pero tal vez un día de estos se descubra algo empírico. En todo caso, algunos rasgos del item lexical “libro” que le son internos, determinan los modos de interpretación del tipo descrito.

Al investigar el uso del lenguaje, podemos descubrir que las palabras son interpretadas en
términos de factores tales como constitución material, diseño, propósito y características de uso, papel institucional, etc. Las cosas son identificadas y asignadas a categorías en términos de tales
propiedades, las que doy por supuesto que son rasgos semánticos a la par con los rasgos fonéticos
que determinan su forma sonora. El estudio del lenguaje puede considerar estos rasgos semánticos de varias maneras. Supongamos que la biblioteca tiene dos ejemplares idénticos de “La Guerra y la Paz” de Tolstoy, Pedro pide uno prestado y Juan el otro. ¿Pidieron Pedro y Juan prestado el mismo libro o distintos libros? Si consideramos el factor material del item lexical, ellos pidieron prestados distintos libros. Si consideramos el componente abstracto, ellos pidieron prestado el mismo libro. También podemos considerar los factores material y abstracto simultáneamente, por ejemplo cuando decimos “El libro que Juan piensa escribir pesará por lo menos dos kilos y medio si es que alguna vez lo escribe” o “Este libro está en todas las librerías del país.” De una manera semejante, podemos pintar la puerta blanca y pasar por ella, usando el pronombre “ella” para referirnos de manera ambigua a objeto y lugar. Podemos decir que el Banco Central quebró después que subió la taza de intereses o que subió la taza de intereses para no quebrar. Aquí las categorías vacías o sujetos tácitos de “subió” y “no quebrar” adoptan los dos factores: el material y el institucional.

Lo mismo es cierto si mi casa es destruída y la reconstruyo, tal vez en otro lugar. Sin embargo
no es la misma casa, incluso si uso los mismos materiales y a pesar que la reconstruí. Los términos referenciales “la” y “re” cruzan el límite. Pero las ciudades son diferentes. Londres podría ser destruído por un incendio y se lo podría reconstruir8 en otra parte, de materiales completamente diferentes, pero aun sería Londres. Cartago podría ser reconstruído hoy y todavía sería Cartago. Supongamos que yo les digo a Uds. que yo creía que Constantinopla y Estambul eran distintas ciudades, pero que ahora sé que son la misma y después les digo que Estambul va a tener que ser trasladado a otra parte de modo que Constantinopla no tenga más carácter islámico; habría que trasladarlo y reconstruirlo en otra parte, sin dejar que sea la misma ciudad, de alguna manera. Usos como éste son perfectamente comprensibles y he encontrado ejemplos incluso más extraños en el habla común y la lengua escrita, de modo que estos comentarios apenas tocan la superficie de lo que podemos descubrir cuando comenzamos a investigar el significado de las palabras.

Los hechos son a menudo claros, pero no triviales. Por tanto, los elementos referenciales,
incluso aquéllos con más restricciones, observan ciertas distinciones pero ignoran otras de modos que varían para distintos tipos de palabras en aspectos muy curiosos. Tales propiedades pueden ser investigadas de varias maneras: adquisición del lenguaje, grado de generalidad en distintas lenguas, formas inventadas, etc. Lo que descubrimos es sorprendentemente complejo; pero no
sorprendentemente, sabido antes de ninguna experiencia y, por tanto, compartido por las distintas lenguas del mundo. No hay ninguna razón a priori que el lenguaje humano deba tener tales propiedades; el lenguaje marciano podría ser diferente. Los sistemas simbólicos de la ciencia y las matemáticas lo son. Nadie sabe hasta qué punto las propiedades específicas del lenguaje humano son consecuencia de leyes bio-químicas que rigen objetos con las características generales del cerebro, otro problema muy allá del horizonte.

Un enfoque de interpretación semántica en términos similares fue desarrollado de maneras
muy interesantes por la filosofía de los siglos XVII y XVIII, adoptando a menudo el principio de Hume de que la “identidad que atribuímos” a las cosas es “solamente ficticia” y determinada por el entendimiento humano. Esta conclusión de Hume es muy plausible. El libro que tengo sobre mi
escritorio no tiene las extrañas propiedades que posée en virtud de su constitución interna, sino que en virtud de lo que la gente piensa y el significado de los términos en que tales pensamientos se expresan. Las propiedades de las palabras se usan para pensar y hablar acerca del mundo en
términos de las perspectivas puestas a disposición por los recursos de la mente, de la misma manera que la interpretación fonética parece proceder.

La filosofía del lenguaje contemporánea procede de manera distinta. Se pregunta a qué se
refiere una palabra y da varias respuestas. Sin embargo, la pregunta misma no tiene ningún
significado claro. El ejemplo del “libro” es típico. No tiene ningún sentido preguntar a qué cosa se
refiere la expresion “La Guerra y la Paz de Tolsoy” cuando Pedro y Juan piden prestados ejemplares idénticos en la biblioteca. La respuesta depende de cómo se usen los rasgos semánticos cuando se piensa y se habla de una manera u otra. Estas observaciones se extienden a los elementos referenciales y referencialmente dependientes (pronombres explícitos o tácitos [categorías vacías], palabras como “mismo,” etc.). Y también a los nombres propios, los que tienen propiedades semántico-conceptuales muy ricas. A algo se le puede dar nombre tal cual como se le da a una persona, un río, una ciudad, con toda la complejidad de comprensión de las categorías correspondientes. El lenguaje no tiene nombres propios lógicos, desprovistos de tales propiedades, como el filósofo de Oxford, Peter Strawson, ya señaló hace años atrás. En general, una palabra, incluso del tipo más simple, no elige una entidad en el mundo o en nuestro “espacio de creencias,” lo que no quiere decir, por supuesto, que no haya libros ni bancos, o que no estamos hablando de algo cuando discutimos el futuro del planeta y concluimos que lo vemos oscuro. Sin embargo, deberíamos seguir el consejo del filósofo del siglo XVIII, Thomas Reid, y su sucesor moderno, Ludwig Wittgenstein y otros, en el sentido de no sacar del uso común conclusiones que no están debidamente justificadas.

Si queremos, podemos decir que la palabra “libro” se refire a libros, “cielo” a cielo, “salud” a
salud, etc. Tales convenciones básicamente expresan falta de interés en cómo se usan las palabras para hablar de las cosas, al mismo tiempo que falta de interés en su semántica. Y estas convenciones dan lugar a otros problemas e involucran supuestos altamente dudosos, lo que es otro tema que hoy no puedo desarrollar.

He dicho que la gramática generativa moderna ha tratado de investigar algunos asuntos que
preocuparon a la tradición, en especial la idea cartesiana de que “la verdadera distinción” entre
humanos y otras criaturas o máquinas es la habilidad de actuar de la manera que consideraron la
más claramente ilustrada en el uso ordinario del lenguaje: sin límite finito, influenciada pero no
determinada por el estado interno, apropiada a las situaciones pero no causada por éstas, coherente y evocando pensamientos que el oyente podría haber expresado, etc. El objetivo del trabajo que he estado discutiendo es descubrir algunos de los factores que entran en juego en tal quehacer. Sin embargo, sólo algunos.

La gramática generativa trata de descubrir los mecanismos que se usa para contribuir al
estudio de cómo se usan tales mecanismos de manera creativa en la vida diaria. Cómo se los usa es el problema que intrigó a los cartesianos y es un asunto que sigue siendo tan misterioso para nosotros como lo fue para ellos, a pesar de que hoy sabemos mucho más sobre los mecanismos mismos.

En este aspecto, el estudio del lenguaje es nuevamente muy similar al de otros órganos. El
estudio de los sistemas visual y motor ha descubierto mecanismos en virtud de los cuales el cerebro interpreta estímulos dispersos como un cubo y cómo el brazo se mueve para tomar un libro encima de la mesa. Sin embargo, estas disciplinas científicas no se preguntan cómo los seres humanos deciden mirar el libro encima de la mesa o tomarlo. Las especualaciones sobre el uso de los sistemas visual, motor y otros en realidad dicen bien poco. Estas son las capacidades que se manifistan de manera más impresionante en el uso del lenguaje y que son el centro de la preocupación intelectual tradicional. Para Descartes, ellas son “la cosa más noble que podemos tener” y todo ello “nos pertenece verdaderamente” a nosotros. Medio siglo antes que Descartes, el filósofo y médico español Juan Huarte ya había observado que esta “facultad generativa” del entendimiento común humano y acción no es propio de “bestias ni plantas,” aunque es una forma más elemental de entendimiento que no llega al nivel del verdadero ejercicio creativo de la imaginación. Sin embargo, la forma más elemental está fuera de nuestro alcance teórico, excepto los mecanismos que participan en la misma.

En un sinnúmero de áreas, incluída la del lenguaje, se ha aprendido mucho sobre tales
mecanismos. Los problemas que ahora se pueden enfrentar son difíciles y desafiantes, pero hay
muchos misterios que caen fuera del quehacer humano que llamamos “ciencia,” una conclusión que no debería sorprendernos si consideramos que somos parte del mundo orgánico y que -tal vez tampoco debería angustiarnos.

N O T A S
* Traducción, notas y comentarios de Germán F. Westphal, Universidad de Maryland, Sede Baltimore.
El objetivo de las notas es simplemente facilitar la comprensión de la conferencia en los aspectos
técnicos que menciona y no discute. Por tanto, han sido formuladas de la manera más simple posible, lo que las hace necesariamente insuficientes, parciales e incompletas para explicar cuestiones de mayor detalle. Aprovecho la oportunidad para agradecer a Noam Chomsky por el placer de la discusión e intercambio de ideas, siempre fascinante, a propósito de su conferencia y esta traducción. También agradezco a Emilio Rivano, Andrés Gallardo, Max Echeverría y a las autoridades de la Universidad de Concepción por la invitación que me extendieran para participar en las jornadas de debate intelectual con motivo de la visita de Noam Chomsky a Chile. G.F.W.

1 Los niveles de estructura profunda y estructura superficial fueron postulados originalmente para dar cuenta de las sinonimias sintácticas que existen, por ejemplo, entre oraciones activas y pasivas: “El enemigo destruyó la ciudad” vs. “La ciudad fue destruída por el enemigo.” En esta concepción, ambos niveles están relacionados transformacionalmente, de modo que en el caso de nuestros ejemplos, la voz pasiva es derivada de una representación abstracta con las propiedades de la activa. De hecho, además de agregarse la morfología verbal de pasiva, el objeto lógico pasa a ser sujeto gramatical, mientras que el sujeto lógico aparece como objeto de la preposición “por,” una descripción clásica de la gramática tradicional.

2 El principio de la proyección básicamente dice que las propiedades de los ítemes lexicales se
proyectan en la sintaxis de la oración, de modo que “Pedro escondió la llave” es gramatical, mientras que “Pedro escondió” no lo es. La sub-teoría del ligamen gramatical da cuenta de la distribución de las anáforas, pronombres y expresiones referenciales bajo condiciones de rección o régimen gramatical. Véase más abajo y la nota

6. La siguiente es una versión adaptada para los propósitos de esta nota de los principios de la
teoría del ligamen gramatical:
A. Las anáforas deben tener un antecedente dentro del sintagma en que están regidas y se les
asigna caso. Ejemplo: “Pedro dijo que Juan se afeitó,” en el cual la anáfora (pronombre
reflexivo) “se” sólo puede tener a “Juan” como antecedente, no a “Pedro.”

19
B. Los pronombres no pueden tener un antecedente dentro del sintagma en que están regidos
y se les asigna caso. Ejemplo: “Pedro dijo que Juan lo afeitó,” en el cual el pronombre “lo” no
puede tener a “Juan” como antecedente.
C. Las expresiones referenciales son libres. Ejemplo: “Pedro dijo que Juan afeitó a Diego,” en
que “Pedro,” “Juan” y “Diego” no tienen antecedentes gramaticales.
La sub-teoría del caso gramatical dice relación con las condiciones bajo las cuales los sintagmas
nominales reciben (abstractamente) caso nominativo, acusativo, dativo, etc., tengan tales casos
realización morfológica o no en lenguas específicas. En general, los sintagmas nominales reciben caso bajo condiciones de rección o régimen gramatical, una noción de la gramática tradicional. Así, por ejemplo, el verbo rige al complemento directo y le asigna caso acusativo.
La condición sobre cadenas simplemente afirma que toda cadena argumental debe tener una
cabeza marcada con caso gramatical y debe terminar en una posición con papel o rol temático. Por ejemplo, en “Pedro parece t haber hecho mucho ejercicio,” el sintagma nominal “Pedro” y “t” forman una cadena pues “Pedro” ha sido desplazado de la posición de sujeto subordinado “t” que recibe el papel temático de agente de la accion expresada por el sintagma verbal “haber hecho mucho ejercicio.” De hecho “Pedro” no tiene ninguna relación temática (semántica) con “parece.” Como “Pedro” es la cabeza de la cadena, debe recibir caso y recibe caso nominativo pues concuerda gramaticalmente en persona y número con “parece,” que se encuentra en tiempo presente. En ausencia de concordancia y tiempo verbal, no recibe caso y el ejemplo es agramatical: “Pedro parecer t haber hecho mucho ejercicio.”

3 Las reglas de estructura de frase expanden los sintagmas oracionales, nominales, verbales,
preposicionales, etc., y determinan su estructura interna. Por ejemplo, la regla SV ---> V, (SN) nos dice que un sintagma verbal está formado por un verbo y, opcionalmente, un sintagma nominal (su complemento directo). Eventualmente, las reglas de estructura de frase fueron reemplazadas por la sub-teoría de la X-barra, la cual predice la estructura interna de los distintos sintagmas a partir de las categorías lexicas (sustantivo, verbo, adjetivo, preposición). Las categorías léxicas “proyectan” configuracionalmente sus propiedades sintácticas en la formación de la oración. Véase primer párrafo de la nota anterior.

4 A nivel semántico, las relaciones entre cuantificador y variable dicen relación con la interpretación de oraciones tales como “¿A quién vio Pedro?” cuya forma lógica en términos de cálculo de predicado es algo como “En cuanto a cuál X, X = una persona (Pedro vio a X),” con una relación de 1-a-1 entre el cuantificador y la variable que liga, una propiedad no necesaria de los sistemas de lógica formal, pero -hasta donde sabemos- sí requerida por las lenguas naturales.

5 Un elemento c-comanda a otro cuando en un dendrograma o estructura arbórea el primer nódulobifurcado que domina a ese elemento de manera inmediata también domina al otro a algún nivel. Así, en la estructura arbórea que sigue, b c-comanda a g, d y e, pero no a a, mientras que d y e se c-comandan recíprocamente, pero no c-comandan a g, a ni b:
a
b g
d e

6 La sub-teoría de la rección o régimen gramatical asigna caso gramatical bajo condiciones de ccomando (“constituent command”) y otras. Las categorías que asignan caso son los verbos transitivos, las preposiciones y la concordancia verbal que incluye tiempo gramatical. Si en el dendrograma de la

20
nota anterior reemplazamos b, d y g por “Pedro,” “vio” y “a María” respectivamente, tenemos que el verbo c-comanda al objeto directo, una de las condiciones necesarias para la asignación de caso.

7 En los ejemplos “Parece haber sido elegido Clinton” y “Parece haber sido elegido un candidato
impopular” de más abajo -que son agramaticales en inglés-, los sintagmas nominales “Clinton” y “un candidato impopular” están en la posición de objeto directo de “elegido” a pesar de que concuerdan con el verbo matriz “parece.” Tales sintagmas son estructuralmente objetos directos en caso nominativo (abstracto). La evidencia para esta conclusión proviene de lenguas como el italiano, el cual manifiesta el mismo tipo de fenómeno, pero además exhibe ejemplos como “Ne sono stati eletti [tre t],” que es análogo a los ejemplos en español mencionados en la conferencia. De hecho, en este ejemplo del italiano, el clítico “ne” ha sido extraído de la frase entre corchetes. Hasta donde sabemos, tal extracción es sólo posible si la frase correspondiente está estructuralmente en posición de objeto directo.

8 En el original inglés, “it could be rebuilt.” Sin embargo, como en español el sujeto es
obligatoriamente abstracto en este caso, según indica el ejemplo “podría ser reconstruído,” la
traducción “se lo podría reconstruir” ha sido preferida de modo que el pronombre que tiene a Londres por antecedente se manifieste morfológicamente como el clítico en caso acusativo “lo.”

lunes, 19 de noviembre de 2007

POEMAS

POEMA DE AMOROSA RAÍZ

Alí Chumacero (1918)

Antes que el viento fuera mar volcado,
que la noche se unciera su vestido de luto
y que estrellas y luna fincaran sobre el cielo
la albura de sus cuerpos.

Antes que luz, que sombra y que montaña
miraran levantarse las almas de sus cúspides;
primero que algo fuera flotando bajo el aire;
tiempo antes que el principio.

Cuando aún no nacía la esperanza
ni vagaban los ángeles en su firme blancura;
cuando el agua no estaba ni en la ciencia de Dios;
antes, antes, muy antes.

Cuando aún no había flores en las sendas
porque las sendas no eran ni las flores estaban;
cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas,
ya éramos tú y yo.


PARA LOS QUE LLEGAN A LAS FIESTAS
Ruben Bonifaz Nuño

Para los que llegan a las fiestas
ávidos de tiernas compañías,
y encuentran parejas impenetrables
y hermosas muchachas solas que dan miedo
-pues no uno sabe bailar, y es triste-:
los que se arrinconan con un vaso
de aguardiente oscuro y melancólico,
y odian hasta el fondo su miseria,
la envidia que sienten, los deseos:
para los que saben con amargura
que de la mujer que quieran les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado;
para los que fueron invitados
una vez; aquellos que se pusieron
el menos gastado de sus dos trajes
y fueron puntuales; y en una puerta,
ya mucho después de entrados todos,
supieron que no se cumpliría
la cita y volvieron despreciándose;
para los que miran desde afuera,
de noche, las casas iluminadas,
y a veces quisieran estar adentro:
compartir con alguien mesa y cobijas
o vivir con hijos dichosos;
y luego comprenden que es necesario
hacer otras cosas, y que vale
mucho más sufrir que ser vencido;
para los que quieren mover el mundo
con su corazón solitario,
los que por las calles se fatigan
caminando, claros de pensamientos;
para los que pisan sus fracasos y siguen:
para los que sufren a conciencia
porque no serán consolados,
los que no tendrán, los que pueden escucharme:
para los que están armados, escribo.


Poema 20
por Pablo Neruda

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Pequeñas historias de Julio Cortázar

Instrucciones para cantar
Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo.
Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.

Trabajos de oficina
Mi fiel secretaria es de las que se toman su función al-pie-de-la-letra, y ya se sabe que eso significa pasarse al otro lado, invadir territorios, meter los cinco dedos en el vaso de leche para sacar un pobre pelito.
Mi fiel secretaria se ocupa o querría ocuparse de todo en mi oficina. Nos pasamos el día librando una cordial batalla de jurisdicciones, un sonriente intercambio de minas y contraminas, de salidas y retiradas, de prisiones y rescates. Pero ella tiene tiempo para todo, no sólo busca adueñarse de la oficina, sino que cumple escrupulosa sus funciones. Las palabras, por ejemplo, no hay día en que no las lustre, las cepille, las ponga en su justo estante, las prepare y acicale para sus obligaciones cotidianas. Si se me viene a la boca un adjetivo prescindible –porque todos ellos nacen fuera de la órbita de mi secretaria, y en cierto modo de mí mismo-, ya está ella lápiz en mano atrapándolo y matándolo sin darle tiempo a soldarse al resto de la frase y sobrevivir por descuido o costumbre. Si la dejara, si en ese mismo instante la dejara, tiraría estas hojas al canasto, enfurecida. Está tan resuelta a que yo viva una vida ordenada, que cualquier movimiento imprevisto la mueve a enderezarse, toda orejas, toda rabo parado, temblando como un alambre al viento. Tengo que disimular, y so pretexto de que estoy redactando un informe, llenar algunas hojitas de papel rosa o verde con las palabras que me gustan, con sus juegos y brincos y sus rabiosas querellas. Mi fiel secretaria arregla entretanto la oficina, distraída en apariencia pero pronto al salto. A mitad de un verso que nacía tan contento, el pobre, la oigo que inicia su horrible chillido de censura, y entonces mi lápiz vuelve al galope hacia las palabras vedadas, la tacha presuroso, ordena el desorden, fija, limpia y da esplendor, y lo que queda está probablemente muy bien, pero esta tristeza, este gusto a traición en la lengua, esta cara de jefe con su secretaria.

Maravillosas ocupaciones
Qué maravillosa ocupación cortarle la pata a una araña, ponerla en un sobre, escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la dirección, bajar a saltos la escalera, despachar la carta en el correo de la esquina.
Qué maravillosa ocupación ir andando por el bulevar Arago contando los árboles, y cada cinco castaños detenerse un momento sobre un solo pie y esperar que alguien mire, y entonces soltar un grito seco y breve, girar como una peonza, con los brazos bien abiertos, idéntico al ave cakuy que se duele en los árboles del norte argentino.
Qué maravillosa ocupación entrar en un café y pedir azúcar, otra vez azúcar, tres o cuatro veces azúcar, e ir formando un montón en el centro de la mesa, mientras crece la ira en los mostradores y debajo de los delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar escupir suavemente, y seguir el descenso del pequeño glaciar de saliva, oír el ruido de piedras rotas que lo acompaña y que nace en las gargantas contraídas de cinco parroquianos y del patrón, hombre honesto a sus horas.
Qué maravillosa ocupación tomar el ómnibus, bajarse delante del Ministerio, abrirse paso a golpes de sobres con sellos, dejar atrás al último secretario y entrar, firme y serio, en el gran despacho de espejos, exactamente en el momento en que un ujier vestido de azul entrega al Ministro una carta, y verlo abrir el sobre con una plegadera de origen histórico, meter dos dedos delicados y retirar la pata de araña, quedarse mirándola, y entonces imitar el zumbido de una mosca y ver cómo el Ministro palidece, quiere tirar la pata pero no puede, está atrapado por la pata, y darle la espalda y salir, silbando, anunciando en los pasillos la renuncia del Ministro, y saber que al día siguiente entrarán las tropas enemigas y todo se irá al diablo y será un jueves de un mes impar de un año bisiesto.

Vietato introdurre biciclette
En los bancos y casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.
Para una bicicleta, ente dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: "y perros", lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder pero no es humillante, primero, porque sólo constituye una probabilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o de esmalte, tablas de la ley inexorable que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.
De todas maneras, ¡cuidado, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas; que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.

Conducta de los espejos en la isla de Pascua
Cuando se pone un espejo al oeste de la isla de Pascua, atrasa. Cuando se pone un espejo al este de la isla de Pascua, adelanta. Con delicadas mediciones puede encontrarse el punto en que ese espejo estará en hora, pero el punto que sirve para ese espejo no es garantía de que sirva para otro, pues los espejos adolecen de distintos materiales y reaccionan según les da la real gana. Así Salomón Lemos, el antropólogo becado por la Fundación Guggenheim, se vio a sí mismo muerto de tifus al mirar su espejo de afeitarse, todo ello al este de la isla. Y al mismo tiempo un espejito que había olvidado al oeste de la isla de Pascua reflejaba para nadie (estaba tirado entre las piedras) a Salomón Lemos desnudo en una bañadera, jabonado entusiastamente por su papá y su mamá; después, a Salomón Lemos diciendo ajó para emoción de su tía Remeditos en una estancia del partido de Trenque Lauquen.

Posibilidades de la abstracción
Trabajo desde hace años en la Unesco y otros organismos internacionales, pese a lo cual conservo algún sentido del humor y especialmente una notable capacidad de abstracción, es decir, que si no me gusta un tipo lo borro del mapa con sólo decidirlo, y mientras él habla y habla yo me paso a Melville y el pobre cree que lo estoy escuchando. De la misma manera, si me gusta una chica puedo abstraerle la ropa apenas entra en mi campo visual, y mientras me habla de lo fría que está la mañana yo me paso largos minutos admirándole el ombliguito. A veces es casi malsana esta facilidad que tengo.
El lunes pasado fueron las orejas. A la hora de le entrada era extraordinario el número de orejas que se desplazaban en la galería de entrada. En mi oficina encontré seis orejas; en la cantina, a mediodía, había más de quinientas, simétricamente ordenadas en dobles filas. Era divertido ver de cuando en cuando dos orejas que remontaban, salían de la fila y se alejaban. Parecían alas.
El martes elegí algo que creía menos frecuente: los relojes de pulsera. Me engañé, porque a la hora del almuerzo pude ver cerca de doscientos que sobrevolaban las mesas en movimiento hacia atrás y adelante, que recordaba particularmente la acción de seccionar un bife. El miércoles preferí (con cierto embarazo) algo más fundamental, y elegí los botones. ¡Oh espectáculo! El aire de la galería lleno de cardúmenes de ojos opacos que se desplazaban horizontalmente, mientras a los lados de cada pequeño batallón horizontal se balanceaban pendularmente dos, tres o cuatro botones. En el ascensor la saturación era indescriptible: centenares de botones inmóviles, o moviéndose apenas, en un asombroso cubo cristalográfico. Recuerdo especialmente una ventana (era por la tarde) contra el cielo azul. Ocho botones rojos dibujaban una delicada vertical, y aquí y allá se movían suavemente unos pequeños discos nacarados y secretos. Esa mujer debía ser tan hermosa.
El miércoles era de ceniza, día en que los procesos digestivos me parecieron ilustración adecuada a la circunstancia, por lo cual a las nueve y media fui mohino espectador de la llegada de centenares de bolsas llenas de papilla grisácea, resultante de la mezcla de corn-flakes, café con leche y medialunas. En la cantina vi cómo una naranja se dividía en prolijos gajos, que en un momento dado perdían su forma a cierta altura de un depósito blanquecino. En este estado la naranja recorrió el pasillo, bajó cuatro pisos y luego de entrar en una oficina, fue a inmovilizarse en un punto situado entre los dos brazos de un sillón. Algo más lejos se veían en análogo reposo un cuarto de litro de té cargado. Como curioso paréntesis (mi facultad de abstracción suele ejercerse arbitrariamente) podía ver además una bocanada de humo que se entubaba verticalmente, se dividía en dos translúcidas vejigas, subía otra vez por el tubo y luego de una graciosa voluta se dispersaba en barrocos resultados. Más tarde (yo estaba en otra oficina) encontré un pretexto para volver a visitar la naranja, el té y el humo. Pero el humo había desaparecido, y en vez de la naranja y el té había dos desagradables tubos retorcidos. Hasta la abstracción tiene su lado penoso; saludé a los tubos y me volví a mi despacho. Mi secretaria lloraba, leyendo el decreto por el cual me dejaban cesante. Para consolarme decidí abstraer sus lágrimas, y por un rato me deleité con esas diminutas fuentes cristalinas que nacían en el aire y se aplastaban en los biblioratos, el secante y el boletín oficial. La vida esta llena de hermosuras así.

Acefalía
A un señor le cortaron la cabeza, pero como después estalló una huelga y no pudieron enterrarlo, este señor tuvo que seguir viviendo sin cabeza y arreglárselas bien o mal.
En seguida notó que cuatro de los cinco sentidos se le habían ido con la cabeza. Dotado solamente de tacto, pero lleno de buena voluntad, el señor se sentó en un banco de la plaza Lavalle y tocaba las hojas de los árboles una por una, tratando de distinguirlas y nombrarlas. Así, al cabo de varios días pudo tener la certeza de que había juntado sobre sus rodillas una hoja de eucalipto, una de plátano, uno de magnolia foscata y una piedrita verde.
Cuando el señor advirtió que esto último era una piedra verde, pasó un par de días muy perplejo. Piedra era correcto y posible, pero no verde. Para probar imaginó que la piedra era roja, y en el mismo momento sintió como una profunda repulsión, un rechazo de esa mentira flagrante, de una piedra roja absolutamente falsa, ya que la piedra era por completo verde y en forma de disco, muy dulce al tacto.
Cuando se dio cuenta de que además la piedra era dulce, el sañor pasó cierto tiempo atacado de gran sorpresa. Después optó por la alegría, lo que siempre es preferible, pues se veía que, a semejanza de ciertos insectos que regeneran sus partes cortadas, era capaz de sentir diversamente. Estimulado por el hecho abandonó el banco de la plaza y bajó por la calle Libertad hasta la avenida de Mayo, donde como es sabido proliferan las frituras originadas en los restaurantes españoles. Enterado de ese detalle que le restituía un nuevo sentido, el señor se encaminó vagamente hacia el este o hacia el oeste, pues de eso no estaba seguro, y anduvo infatigable, esperando de un momento a otro oír alguna cosa, ya que el oído era lo único que le faltaba. En efecto, veía un cielo pálido como de amanecer, tocaba sus propias manos con dedos húmedos y uñas que se hincaban en la piel, olía como a sudor y en la boca tenía gusto a metal y a coñac. Sólo le faltaba oír, y justamente entonces oyó, y fue como un recuerdo, porque lo que oía era otra vez las palabras del capellán de la cárcel, palabras de consuelo y esperanza muy hermosas en sí, lástima que con cierto aire de usadas, de dichas muchas veces, de gastadas a fuerza de sonar y sonar.

jueves, 8 de noviembre de 2007

LLANTO POR LA MUERTE DE UN PERRO

Llanto por la muerte de un perro
Por Abigael Bohórquez

Hoy me llegó una carta de mi madre
y me dice, entre otras cosas: –besos y palabras-
que alguien mató a mi perro

“ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y al silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo,
-me cuenta-,
y se fue tras de su alma
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado.
No supimos la causa de su sangre,
llegó chorreando angustia,
tambaleándose,
arrastrándose casi con su aullido,
como si desde su paisaje desgarrado hubiera
querido despedirse de nosotros;
tristemente tendido quedó
-blanco y quebrado-,
a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.
Lo hemos llorado mucho...”
Y, ¿por qué no?
yo también lo he llorado;
la muerte de mi perro sin palabras
me duele más que la del perro que habla,
y engaña, y ríe, y asesina.
Mi perro siendo perro no mordía.
Mi perro no envidiaba ni mordía.
No engañaba ni mordía.
Como los que no siendo perros descuartizan,
destazan,
muerden
en las magistraturas,
en las fábricas,
en los ingenios,
en las fundiciones,
al obrero,
al empleado,
al mecanógrafo,
a la costurera,
hombre, mujer,
adolescente o vieja.

Mi perro era corriente,
humilde ciudadano del ladrido-carrera,
mi perro no tenía argolla en el pescuezo,
ni listón ni sonaja,
pero era bullanguero, enamorado y fiero.
A los siete años tuve escarlatina,
y por aquello del llanto y el capricho
de estar pidiendo dinero a cada rato,
me trajeron al perro de muy lejos
en una caja de zapatos. Era
minúsculo y sencillo como el trigo;
luego fue creciendo admirado y displicente
al par que mis tobillos y mi sexo;
supo de mi primera lágrima:
la novia que partía,
la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio;
supo de mi primer poema balbuceante
cuando murió la abuela;
el perro fue en su tiempo de ladridos
mi amigo más amigo.
“Ladrándole a la muerte,
como antes a la luna y al silencio,
el perro abandonó la casa de su cuerpo
-dice mi madre-
y se fue tras de su alma –los perros tienen alma:
un alma mojadita como un trino-
con su paso extraviado y generoso
el miércoles pasado...”
Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,
la muerte de mi perro sin palabras
me duele más que la del perro
que habla,
y extorsiona,
y discrimina,
y burla;
mi perro era corriente,
pero dejaba un corazón por huella;
no tenía argolla ni sonaja,
pero sus ojos eran dos panderos;
no tenía listón en el pescuezo,
pero tenía un girasol por cola
y era la paz de sus orejas largas
dos lenguas
de diamantes.

Abigael Bohórquez

Nació en Caborca, Sonora, (1936) y murió en 1995.

Publicó más de 18 libros de poesía y teatro. Detestaba a las personas hipócritas, era muy amable con las mujeres y en general era una persona muy afable, galante con cualquiera.

Entre las obras que ha publicado se encuentran: Ensayos poéticos, Poesía i teatro, Acta de confirmación, La madrugada del centauro, Canción de Amor y Muerte por Rubén Jaramillo y otros poemas civiles; Las amarras terrestres, Memoria en la alta milpa, Digo que lo amo, Desierto mayor y Heredad.

Perteneció a la llamada corriente subterránea, expresando en su obra hasta lo mas íntimo de sí.

Anualmente se otorga el premio Abigael Bohórquez, a nivel nacional.

martes, 6 de noviembre de 2007

El extraño





















Por H.P. Lovecraft

Infeliz es aquel a quien sus recuerdos infantiles sólo traen miedo y tristeza. Desgraciado aquel que vuelve la mirada hacia horas solitarias en bastos y lúgubres recintos de cortinados
marrones y alucinantes hileras de antiguos volúmenes, o hacia pavorosas vigilias a la sombra de árboles descomunales y grotescos, cargados de enredaderas, que agitan silenciosamente en las alturas sus ramas retorcidas. Tal es lo que los dioses me destinaron... a mí, el aturdido, el frustrado, el estéril, el arruinado; sin embargo, me siento extrañamente satisfecho y me aferro con desesperación a esos recuerdos marchitos cada vez que mi mente amenaza con ir más allá, hacia el otro.

No sé dónde nací, salvo que el castillo era infinitamente horrible, lleno de pasadizos oscuros y con altos cielos rasos donde la mirada sólo hallaba telarañas y sombras. Las piedras de los agrietados corredores estaban siempre odiosamente húmedas y por doquier se percibía un olor maldito, como de pilas de cadáveres de generaciones muertas. Jamás había luz, por lo que solía encender velas y quedarme mirándolas fijamente en busca de alivio; tampoco afuera brillaba el sol, ya que esas terribles arboledas se elevaban por encima de la torre más alta. Una sola, una torre negra, sobrepasaba el ramaje y salía al cielo abierto y desconocido, pero estaba casi en ruinas y sólo se podía ascender a ella por un escarpado muro poco menos que imposible de escalar.

Debo haber vivido años en ese lugar, pero no puedo medir el tiempo. Seres vivos debieron haber atendido a mis necesidades; sin embargo, no puedo rememorar a persona alguna excepto yo mismo, ni ninguna cosa viviente salvo ratas, murciélagos y arañas, silenciosos todos. Supongo que, quienquiera que me haya cuidado, debió haber sido asombrosamente viejo, puesto que mi primera representación mental de una persona viva fue la de algo semejante a mí, pero retorcido, marchito y deteriorado como el castillo. Para mí no tenían nada de grotescos los huesos y los esqueletos esparcidos por las criptas de piedra cavadas en las profundidades de los cimientos. En mi fantasía asociaba estas cosas con los hechos cotidianos y los hallaba más reales que las figuras en colores de seres vivos que veía en muchos libros mohosos. En esos libros aprendí todo lo que sé. Maestro alguno me urgió o me guió, y no recuerdo haber escuchado en todos esos años voces humanas..., ni siquiera la mía; ya que, si bien había leído acerca de la palabra hablada nunca se me ocurrió hablar en voz alta. Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente, ya que no había espejos en el castillo y me limitaba, por instinto, a verme como un semejante de las figuras juveniles que veía dibujadas o pintadas en los libros. Tenía conciencia de la juventud a causa de lo poco que recordaba.

Afuera, tendido en el pútrido foso, bajo los árboles tenebrosos y mudos, solía pasarme horas enteras soñando lo que había leído en los libros; añoraba verme entre gentes alegres, en el mundo soleado allende de la floresta interminable. Una vez traté de escapar del bosque, pero a medida que me alejaba del castillo las sombras se hacían más densas y el aire más impregnado de crecientes temores, de modo que eché a correr frenéticamente por el camino andado, no fuera a extraviarme en un laberinto de lúgubre silencio.

Y así, a través de crepúsculos sin fin, soñaba y esperaba, aún cuando no supiera qué. Hasta que en mi negra soledad, el deseo de luz se hizo tan frenético que ya no pude permanecer inactivo y mis manos suplicantes se elevaron hacia esa única torre en ruinas que por encima de la arboleda se hundía en el cielo exterior e ignoto. Y por fin resolví escalar la torre, aunque me cayera; ya que mejor era vislumbrar un instante el cielo y perecer, que vivir sin haber contemplado jamás el día.

A la húmeda luz crepuscular subí los vetustos peldaños de piedra hasta llegar al nivel donde se interrumpían, y de allí en adelante, trepando por pequeñas entrantes donde apenas cabía un pie, seguí mi peligrosa ascensión. Horrendo y pavoroso era aquel cilindro rocoso, inerte y sin peldaños; negro, ruinoso y solitario, siniestro con su mudo aleteo de espantados murciélagos. Pero más horrenda aún era la lentitud de mi avance, ya que por más que trepase, las tinieblas que me envolvían no se disipaban y un frío nuevo, como de moho venerable y embrujado, me invadió. Tiritando de frío me preguntaba por qué no llegaba a la claridad, y, de haberme atrevido, habría mirado hacia abajo. Se me antojó que la noche había caído de pronto sobre mí y en vano tanteé con la mano libre en busca del antepecho de alguna ventana por la cual espiar hacia afuera y arriba y calcular a qué altura me encontraba.

De pronto, al cabo de una interminable y espantosa ascensión a ciegas por aquel precipicio cóncavo y desesperado, sentí que la cabeza tocaba algo sólido; supe entonces que debía haber ganado la terraza o, cuando menos, alguna clase de piso. Alcé la mano libre y, en la oscuridad, palpé un obstáculo, descubriendo que era de piedra e inamovible. Luego vino un mortal rodeo a la torre, aferrándome de cualquier soporte que su viscosa pared pudiera ofrecer; hasta que finalmente mi mano, tanteando siempre, halló un punto donde la valla cedía y reanudé la marcha hacia arriba, empujando la losa o puerta con la cabeza, ya que utilizaba ambas manos en mi cauteloso avance. Arriba no apareció luz alguna y, a medida que mis manos iban más y más alto, supe que por el momento mi ascensión había terminado, ya que la puerta daba a una abertura que conducía a una superficie plana de piedra, de mayor circunferencia que la torre inferior, sin duda el piso de alguna elevada y espaciosa cámara de observación. Me deslicé sigilosamente por el recinto tratando que la pesada losa no volviera a su lugar, pero fracasé en mi intento. Mientras yacía exhausto sobre el piso de piedra, oí el alucinante eco de su caída, pero con todo tuve la esperanza de volver a levantarla cuando fuese necesario.

Creyéndome ya a una altura prodigiosa, muy por encima de las odiadas ramas del bosque, me incorporé fatigosamente y tanteé la pared en busca de alguna ventana que me permitiese mirar por vez primera el cielo y esa luna y esas estrellas sobre las que había leído. Pero ambas manos me decepcionaron, ya que todo cuanto hallé fueron amplias estanterías de mármol cubiertas de aborrecibles cajas oblongas de inquietante dimensión. Más reflexionaba y más me preguntaba qué extraños secretos podía albergar aquel alto recinto construido a tan inmensa distancia del castillo subyacente. De pronto mis manos tropezaron inesperadamente con el marco de una puerta, del cual colgaba una plancha de piedra de superficie rugosa a causa de las extrañas incisiones que la cubrían. La puerta estaba cerrada, pero haciendo un supremo esfuerzo superé todos los obstáculos y la abrí hacia adentro. Hecho esto, me invadió el éxtasis más puro jamás conocido; a través de una ornamentada verja de hierro, y en el extremo de una corta escalinata de piedra que ascendía desde la puerta recién descubierta, brillando plácidamente en todo su esplendor estaba la luna llena, a la que nunca había visto antes, salvo en sueños y en vagas visiones que no me atrevía a llamar recuerdos.

Seguro ahora de que había alcanzado la cima del castillo, subí rápidamente los pocos peldaños que me separaban de la verja; pero en eso una nube tapó la luna haciéndome tropezar, y en la oscuridad tuve que avanzar con mayor lentitud. Estaba todavía muy oscuro cuando llegué a la verja, que hallé abierta tras un cuidadoso examen pero que no quise trasponer por temor a precipitarme desde la increíble altura que había alcanzado. Luego volvió a salir la luna.

De todos los impactos imaginables, ninguno tan demoníaco como el de lo insondable y grotescamente inconcebible. Nada de lo soportado antes podía compararse al terror de lo que ahora estaba viendo; de las extraordinarias maravillas que el espectáculo implicaba. El panorama en sí era tan simple como asombroso, ya que consistía meramente en esto: en lugar de una impresionante perspectiva de copas de árboles vistas desde una altura imponente, se extendía a mi alrededor, al mismo nivel de la verja, nada menos que la tierra firme, separada en compartimentos diversos por medio de lajas de mármol y columnas, y sombreada por una antigua iglesia de piedra cuyo devastado capitel brillaba fantasmagóricamente a la luz de la luna.

Medio inconsciente, abrí la verja y avancé bamboleándome por la senda de grava blanca que se extendía en dos direcciones. Por aturdida y caótica que estuviera mi mente, persistía en ella ese frenético anhelo de luz; ni siquiera el pasmoso descubrimiento de momentos antes podía detenerme. No sabía, ni me importaba, si mi experiencia era locura, enajenación o magia, pero estaba resuelto a ir en pos de luminosidad y alegría a toda costa. No sabía quién o qué era yo, ni cuáles podían ser mi ámbito y mis circunstancias; sin embargo, a medida que proseguía mi tambaleante marcha, se insinuaba en mí una especie de tímido recuerdo latente que hacía mi avance no del todo fortuito, sin rumbo fijo por campo abierto; unas veces sin perder de vista el camino, otras abandonándolo para internarme, lleno de curiosidad, por praderas en las que sólo alguna ruina ocasional revelaba la presencia, en tiempos remotos, de una senda olvidada. En un momento dado tuve que cruzar a nado un rápido río cuyos restos de mampostería agrietada y mohosa hablaban de un puente mucho tiempo atrás desaparecido.

Habían transcurrido más de dos horas cuando llegué a lo que aparentemente era mi meta: un venerable castillo cubierto de hiedras, enclavado en un gran parque de espesa arboleda, de alucinante familiaridad para mí, y sin embargo lleno de intrigantes novedades. Vi que el foso había sido rellenado y que varias de las torres que yo bien conocía estaban demolidas, al mismo tiempo que se erguían nuevas alas que confundían al espectador. Pero lo que observé con el máximo interés y deleite fueron las ventanas abiertas, inundadas de esplendorosa claridad y que enviaban al exterior ecos de la más alegre de las francachelas. Adelantándome hacia una de ellas, miré al interior y vi un grupo de personas extrañamente vestidas, que departían entre sí con gran jarana. Como jamás había oído la voz humana, apenas sí podía adivinar vagamente lo que decían. Algunas caras tenían expresiones que despertaban en mí remotísimos recuerdos; otras me eran absolutamente ajenas.

Salté por la ventana y me introduje en la habitación, brillantemente iluminada, a la vez que mi mente saltaba del único instante de esperanza al más negro de los desalientos. La pesadilla no tardó en venir, ya que, no bien entré, se produjo una de las más aterradoras reacciones que hubiera podido concebir. No había terminado de cruzar el umbral cuando cundió entre todos los presentes un inesperado y súbito pavor, de horrible intensidad, que distorsionaba los rostros y arrancaba de todas las gargantas los chillidos más espantosos. El desbande fue general, y en medio del griterío y del pánico varios sufrieron desmayos, siendo arrastrados por los que huían enloquecidos. Muchos se taparon los ojos con las manos y corrían a ciegas llevándose todo por delante, derribando los muebles y dándose contra las paredes en su desesperado intento de ganar alguna de las numerosas puertas.

Solo y aturdido en el brillante recinto, escuchando los ecos cada vez más apagados de aquellos espeluznantes gritos, comencé a temblar pensando qué podía ser aquello que me acechaba sin que yo lo viera. A primera vista el lugar parecía vacío, pero cuando me dirigí a una de las alcobas creí detectar una presencia... un amago de movimiento del otro lado del arco dorado que conducía a otra habitación, similar a la primera. A medida que me aproximaba a la arcada comencé a percibir la presencia con más nitidez; y luego, con el primero y último sonido que jamás emití -un aullido horrendo que me repugnó casi tanto como su morbosa causa-, contemplé en toda su horrible intensidad el inconcebible, indescriptible, inenarrable monstruo que, por obra de su mera aparición, había convertido una alegre reunión en una horda de delirantes fugitivos.

No puedo siquiera decir aproximadamente a qué se parecía, pues era un compuesto de todo lo que es impuro, pavoroso, indeseado, anormal y detestable. Era una fantasmagórica sombra de podredumbre, decrepitud y desolación; la pútrida y viscosa imagen de lo dañino; la atroz desnudez de algo que la tierra misericordiosa debería ocultar por siempre jamás. Dios sabe que no era de este mundo -o al menos había dejado de serlo-, y, sin embargo, con enorme horror de mi parte, pude ver en sus rasgos carcomidos, con huesos que se entreveían, una repulsiva y lejana reminiscencia de formas humanas; y en sus enmohecidas y destrozadas ropas, una indecible cualidad que me estremecía más aún.

Estaba casi paralizado, pero no tanto como para no hacer un débil esfuerzo hacia la salvación: un tropezón hacia atrás que no pudo romper el hechizo en que me tenía apresado el monstruo sin voz y sin nombre. Mis ojos, embrujados por aquellos asqueantes ojos vítreos que los miraba fijamente, se negaban a cerrarse, si bien el terrible objeto, tras el primer impacto, se veía ahora más confuso. Traté de levantar la mano y disipar la visión, pero estaba tan anonadado que el brazo no respondió por entero a mi voluntad. Sin embargo, el intento fue suficiente como para alterar mi equilibrio y, bamboleándome, di unos pasos hacia adelante para no caer. Al hacerlo adquirí de pronto la angustiosa noción de la proximidad de la cosa, cuya inmunda respiración tenía casi la impresión de oír. Poco menos que enloquecido, pude no obstante adelantar una mano para detener a la fétida imagen, que se acercaba más y más, cuando de pronto mis dedos tocaron la extremidad putrefacta que el monstruo extendía por debajo del arco dorado.

No chillé, pero todos los satánicos vampiros que cabalgan en el viento de la noche lo hicieron por mí, a la vez que dejaron caer en mi mente una avalancha de anonadantes recuerdos.

Supe en ese mismo instante todo lo ocurrido; recordé hasta más allá del terrorífico castillo y sus árboles; reconocí el edificio en el cual me hallaba; reconocí, lo más terrible, la impía abominación que se erguía ante mí, mirándome de soslayo mientras apartaba de los suyos mis dedos manchados.

Pero en el cosmos existe el bálsamo además de la amargura, y ese bálsamo es el olvido. En el supremo horror de ese instante olvidé lo que me había espantado y el estallido del recuerdo se desvaneció en un caos de reiteradas imágenes. Como entre sueños, salí de aquel edificio fantasmal y execrado y eché a correr rauda y silenciosamente a la luz de la luna. Cuando retorné al mausoleo de mármol y descendí los peldaños, encontré que no podía mover la trampa de piedra; pero no lo lamenté, ya que había llegado a odiar el viejo castillo y sus árboles. Ahora cabalgo junto a los fantasmas, burlones y cordiales, al viento de la noche, y durante el día juego entre las catacumbas de Nefre-Ka, en el recóndito y desconocido valle de Hadoth, a orillas del Nilo. Sé que la luz no es para mí, salvo la luz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la Gran Pirámide; y, sin embargo, en mi nueva y salvaje libertad agradezco casi la amargura de la alienación.

Pues aunque el olvido me ha dado la calma, no por eso ignoro que soy un extranjero; un extraño a este siglo y a todos los que aún son hombres. Esto es lo que supe desde que extendí mis dedos hacia esa cosa abominable surgida en aquel gran marco dorado; desde que extendí mis dedos y toqué la fría e inexorable superficie del pulido espejo.

FIN